Entrada publicada al bloc 3500 Millones de El País
Muchas de las firmas de moda españolas que estos días llenan sus escaparates con carteles de rebajas contratan su producción a fábricas y talleres de todo el mundo. Por su cercanía y por las características de su mercado laboral, Marruecosse ha convertido en un importante centro de costura y confección de España y de gran parte de Europa.
La promesa de “desarrollo” a través de la implantación de una industria textil orientada a la exportación es una promesa incumplida en Marruecos. El sector de la confección de prendas de vestir ha alcanzado una gran relevancia para la economía del país y ha generado miles de puestos de trabajo. Pero las ocupaciones creadas no alejan a las personas trabajadoras de la pobreza. Sin perspectivas de mejora en el propio sector y sin que se creen nuevos puestos de trabajo en otros sectores, las obreras de la confección no tienen posibilidad de usar su trabajo precario como trampolín para acceder a otras ocupaciones o a lo que en otros mercados laborales denominaríamos carrera profesional. El tipo de trabajo en el que se encuentran atrapadas limita fuertemente su posibilidad de construcción de redes sociales para mejorar su situación y deteriora su vida personal y familiar.
La Campaña Ropa Limpia y SETEM acaban de publicar el informe La moda española en Tánger: trabajo y supervivencia de las obreras de la confección en el que analiza los factores que mantienen a las trabajadoras de las cadenas de suministro de las firmas de moda en situaciones de pobreza y de gran vulnerabilidad social pese a tener un puesto de trabajo. La investigación se basa en entrevistas a 118 obreras y en varias reuniones e intercambios realizados gracias a la asociación de mujeres trabajadoras Attawassol. El informe dibuja una vida cotidiana extremadamente dura. Sus jornadas laborales suelen ser de más de 10 horas diarias durante seis días a la semana, a las que se debe sumar una media de 6 horas de trabajo doméstico al día; no saben cuándo deberán realizar horas extra que, por otro lado, son obligatorias; los salarios, de unos 200 euros mensuales, no les permiten mantener a sus familias; y no tienen posibilidad de organizarse para defender sus derechos debido a la falta de tiempo y a las muchas presiones y amenazas que reciben si intentan reunirse con sus compañeras.
Tras pasar por sus manos, la ropa que confeccionan estas obreras llega a los escaparates de nuestras ciudades etiquetada por las más prestigiosas marcas. Las empresas transnacionales se han comprometido, a través de sus códigos de conducta, a asumir su responsabilidad en situaciones de explotación laboral en la confección de sus prendas. Las personas consumidoras les podemos y debemos exigir que hagan efectivos estos compromisos a través de las campañas internacionales y de nuestro apoyo a las obreras que luchan por sus derechos.